Comunicado 35 Aniversario Chernobil

35 años después de Chernóbil



35 años después del accidente del reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil las consecuencias radiológicas afectan a un territorio cuya extensión es como toda la Comunidad de La Rioja. La zonificación realizada en función de la contaminación del suelo por Cs-137, se extiende hacia el norte, adentrándose en Bielorrusia, sobre unas 200.000 hectáreas de campos de cultivo que hoy permanecen en barbecho o han sido recolonizados por el bosque eurosiberiano, un bosque mixto de coníferas y frondosas.


Hay áreas de acceso prohibido, donde la exposición a la concentración de Cs-137 existente sobre el suelo superaría en 40 veces el límite de dosis permitido a la población*, establecido en 1 mSv/año. Existen áreas de reubicación obligatoria y otras de reubicación voluntaria en las que la exposición a la radiación se sitúa entre 15 y 40 veces el límite de dosis y un área de control radiológico en la que la tasa de dosis se encontraría entre 1 y 5 veces dicho límite. El escenario de riesgo radiológico para la población pide a gritos que impere la sensatez y cesen los llamados viajes de turismo radiactivo a la zona de exclusión de Chernóbil.


La zonificación no se produce por capricho, sino que responde a un riesgo radiológico que persiste 35 años después del accidente y que perdurará durante muchos miles de años. La liberación de radiactividad como consecuencia del accidente fue 400 veces superior a la liberada por la bomba de Hiroshima, y no se ha alcanzado un acuerdo en la comunidad internacional sobre la proporción del inventario del núcleo que fue liberada, ya que las opiniones fluctúan en el intervalo del 5 al 75%.


Los principales isótopos radiactivos que contribuyen a la dosis son el Cs-137 y el Sr-90, cuyas vidas medias se encuentran alrededor de los 30 años. Es esperable que hoy, 35 años después, exista la mitad de la masa de cesio y estroncio que se liberó en origen, pero aún así es muchísima y, además, su distribución no es uniforme en el territorio afectado. Las actividades de descontaminación llevadas a cabo en los primeros años tras el accidente, retiraron más de un millón de m3 de materiales de construcción, madera y otras plantas contaminadas, que se almacenaron en túmulos o se enterraron en trincheras sin sellar, en un área de 10 km2 alrededor del reactor. No se realizó un registro exhaustivo de dichos vertederos y, a día de hoy, no se conoce exactamente dónde se encuentran muchas de esas zonas de almacenamiento de residuos de media y baja actividad (entre 1.000 y 100.000 Bq/g).


Al margen de la actividad humana en la zona, la deposición de la nube radiactiva no es el único factor responsable de la distribución heterogénea de la radiactividad en el territorio. La intervención de la biosfera tiene mucho que ver, capturando, almacenando y removilizando los isótopos radiactivos depositados sobre el suelo. De hecho, se estima que la principal vía de exposición en la zona de exclusión es debida a la durabilidad de la contaminación radiactiva a través del ciclo de producción y descomposición de la materia orgánica.


Fuentes solventes del IRSN francés y autoridades ucranianas estiman, a través del proyecto de investigación EPIC, que el retorno a un estado radiológico que permita el levantamiento de cualquier restricción de uso implicaría la remoción de los desechos, la capa del suelo y la biomasa contaminada en un volumen superficial, junto con la contenida en las trincheras. Esto implicaría tratar varias decenas de millones de m3 de desechos radiactivos y almacenarlos en un lugar seguro.


Mientras tanto, se abonan los campos con potasio y se añade cal, tratando de suministrar al ecosistema agrícola análogos químicos que consigan bloquear, en parte, la incorporación de los isótopos radiactivos a las cosechas.


Pero ¿qué pasa con nosotros? ¿Cómo sentimos que puede afectarnos esta situación que ubicamos en nuestro pasado y se encuentra tan lejos de nuestras fronteras? Podemos preguntarnos si estamos preparados para gestionar en nuestro territorio un accidente de estas dimensiones y con qué medios contamos. Podemos aplicar el principio de precaución acuñado en la Cumbre de la Tierra en 1992 sobre desarrollo sostenible, y empezar a tomar conciencia de la interdependencia con que están conectados todos los procesos de nuestro planeta. Hoy, más que nunca, y después de lo que nos está enseñando la pandemia de Covid19, debemos tener presentes las conexiones de todo tipo que nos mantienen como especie hegemónica en el planeta y nuestra enorme responsabilidad como tal.


Desarrollo sostenible es el que satisface las necesidades del presente sin comprometer las capacidades de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Este principio subraya la necesidad de no dejar cargas a las generaciones futuras, y requiere que los planes y programas de desarrollo se basen en un modelo de economía circular que garantice la gestión sostenible del ciclo completo de consumo incluyendo nuestros residuos.


Los 27 principios de la Declaración de Río sobre Medio Ambiente se han concretado en 17 objetivos para el desarrollo sostenible de la Agenda 2030. Su aplicación a la gestión de los residuos radiactivos requiere atención urgente y prioritaria.


Hoy, en el día del 35 aniversario, desde ASTECSN anunciamos que vamos a seguir trabajando para que se mantenga viva la memoria de los grandes accidentes nucleares. Con esta idea, propusimos hace tiempo a la dirección del CSN un adecuado homenaje, mediante una placa y un monolito, a las víctimas de los accidentes. La consejera Pilar Lucio, interlocutora en este asunto, no ha contestado, y nuestra propuesta sigue sin materializarse.



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* Concentraciones de Cs-137 en el suelo superficial por encima de 1480 kBq/m2 supondría una tasa de dosis superior a 40 mSv/año.

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